domingo, 14 de octubre de 2012

El muro de la experiencia

Cuando uno es muy chico, le hablan "desde la experiencia", y a cada consejo, orden o noción transmitida, la acompañan con un "ya lo vas a entender, cuando seas grande". Así se hacen tabú muchas cuestiones, generalmente de las más trascendentales de la vida, las más incómodas también para plantearle a un pibe que todavía es muy guacho, se imponen barreras generacionales que dirimen la pertenencia o no a determinados grupos sociales.

Así, a todos nos han mantenido al margen de distintos asuntos, hasta que cumplimos la edad suficiente para participar de las conversaciones, o hasta que realizamos o atravesamos el hecho fundacional que se imponía como barrera. Funciona cuando sos muy chiquito en los temas que suponen conflictos de amistad, funciona también en lo referido al sexo. Las relaciones de pareja, los vínculos amorosos, la política. Son espacios vedados a aquel que no haya votado alguna vez, que no haya garchado o estado de novio o de novia.

Pasa también con la muerte. Y pucha que tiene sentido a veces que el que nunca se echó un polvo diserte sobre posiciones en la cama, o que el que nunca formó parte de un equipo de fútbol critique a los jugadores de un club, que el que nunca debió levantarse a la madrugada para ir a laburar, juzgue a otros de vagos. Porque con la muerte sucede eso.

Un tipo que jamás sufrió la pérdida de un ser querido, no habla igual de la muerte, no entiende igual a la muerte, que el otro que la ve de cerca. Por eso, cuando yo escribo esto, pretendo hacerlo dirigido a quienes se encuentran en mi situación. Ni aquellos que no han sufrido nunca una pérdida tan grande, ni aquellos que se cansaron de dar muerte con sus propias manos, ni aquellos que de tanto enterrar anónimos, quizá hasta han perdido la noción de su propia vida. Ellos tendrán su propia historia, su experiencia, y percibirán la realidad desde esa óptica. Yo lo hago desde la mía. Ni más, ni menos válida que la de aquellos que se encuentran en similares circunstancias.

Y es que cada vez que uno atraviesa esas barreras, pasa a pertenecer a otra cosa y deja de pertenecer de aquella anterior. Se derrumban muchos muros, pero se elevan otros nuevos donde no existían. La muerte muchas veces supone eso, aunque no debiera. Si dar vida a menudo no distancia a quienes lo han hecho de quienes no, la muerte no debería imponer lejanía entre los que han sido tan cercanos. ¿Qué mierda es lo que nos lleva a soportar esa separación, si al fin y al cabo, todos nacemos, todos morimos, todos amamos y odiamos? ¿Qué mierda nos separa tanto? Si después de todo, lo único que queremos es estar juntos.

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