domingo, 26 de agosto de 2012

Quiero que hablemos, jipi.

Me duele el alma. Me duele por primera vez en serio.

La vida nos da sorpresas, y esas son las que desgarran el alma como una tela tajeada por el puñal del destino. Tengo la necesidad de hablar con alguien. Antes me surgía la necesidad de escribir. Hoy me surge la necesidad de hablar con alguien. La diferencia es clara, y enorme. El peronismo entiende que somos personas, que tenemos emociones y que sentimos, que las cosas no siempre pasan por el materialismo. En este caso, la cercanía con el peronismo jamás me había permitido incorporar a mi lastre, a mi historia personal, una experiencia real de pertenencia a la sociedad. Aunque hubiese formado parte de grupos, muchos grupos, nunca había sentido que aquello realmente fuera algo por lo que valía la pena vivir y morir, dejar la vida en ello.

Hoy sí, ya no tengo cercanía con el peronismo, sino pertenencia. Hoy descubro por fin que aquello que alguna vez me imaginé, realmente es posible, y es tal cual lo imaginaba. Sólo que ahora lo siento, y esa diferencia es enorme. A uno le pueden contar muy bien qué se siente cuando se quema con fuego. Puede llegar a imaginar las sensaciones, y posiblemente logre compenetrarse mucho y casi "sentir" la quemadura. Pero cuando uno se quema, no puede sino recordar esas descripciones y palpar cada milímetro de padecimiento.

Es muy distinto hablar que escribir, o escribir que hablar. En parte por la elección de las palabras, pero mucho más por la velocidad del razonamiento, porque afecta profundamente el rumbo que la mente decide tomar ante cada incógnita o encrucijada. Si antes sentía la necesidad de escribir, es porque quería reflexionar cosas que naturalmente no me hubiera puesto a pensar sólo. Necesitaba confrontar con el papel y el lápiz para repensar y elaborar conclusiones.

Ahora, por el contrario, siento decisión, tengo claridad, aún en mi desconocimiento, mi incapacidad, inexperiencia, y cuántos demás defectos que me aquejan tan sólo por ser joven, pero también por no haber tenido la oportunidad o la voluntad de aprender. Tengo la necesidad de hablar porque no quiero reflexionar más en qué pensar, en qué decir, o incluso en qué sentir. Ahora quiero compartirlo realmente, y para ello es necesario poner al servicio de la comunicación a todos los sentidos.

Necesito ver a alguien a los ojos, tomarle la mano y sentir su respiración, su calidez, su textura. Necesito oir respuestas, gemidos, llantos y risas. Necesito que me aprieten el brazo para expresar una contestación, y al mismo tiempo oler la fragancia que acompaña a esa persona. Necesito escuchar mi propia voz pronunciando cosas que tan fuertes se erigen dentro mío. Necesito escuchar que esa voz se quiebra al asumir una realidad.

Esa necesidad surge del hecho de haber compartido todo aquello que es el basamento de lo que tengo adentro, con esa persona a la que le quiero hablar. Esa necesidad surge de que ya no sirve escribir solamente, sino que me es necesario sentir y hacer sentir, pensar y hacer pensar, con los sentidos a flor de piel. Con la realidad palpable de la existencia, la vida.

Me duele el alma porque la persona con la que quiero hablar ya no está. No me escucha, no me siente, no me mira ni me huele. No tengo forma de expresarle algo y esperar su respuesta, desde el gesto, desde la mirada, la respiración agitada o los latidos más fuertes de su corazón. No tengo forma de esperar su reacción, y guiarme con ella por un sendero de liberación. No puedo sacar todo eso que guardo adentro, ni puedo ponerlo al servicio de la liberación de la patria, si no estoy seguro de que pueda causar un bien a esa meta. El único que podía ordenar esos nudos, aún sin que yo los exteriorizara de esta forma, era un compañero del alma, del espíritu, de la confluencia de todo aquello que me compone en forma física y metafísica.

Me duele el alma porque te fuiste, Rolo.

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