viernes, 2 de diciembre de 2011

La dulce espera de lo lejanamente inevitable.

Una dulce espera que a Anselmito le produce urticaria. Una dulce espera que de dulce no tiene nada. Una espera muy rara, porque no da ningún indicio de lo inminente, de lo que está por suceder. Anselmito siente ese instante de ansiedad y pavor que invade al hombre cuando sabe que algo está por caer. No sabe qué es lo que pasa, desconoce la causa de esa extraña sensación. Quién fuera oráculo para conocer el futuro, para sacarse esa duda incesante sobre lo que inevitablemente va a acontecer. Qué esperar, cuando todo lo posible ya ha sucedido, y el corazón no alberga la más mínima esperanza de que se produzca lo remoto, lo inimaginable, lo pretendido. Qué esperar, cuando el único combustible no es la fe, sino la energía, el trabajo, aburrido, monótono, desgastante, lacerante y destructor, a la vez causa de todo orgullo eventual.

De dónde sacar fuerzas, cuando el fruto deseado es producto de ese esfuerzo imposible, lejano, inalcanzable. Dónde recostarse para no ser encontrado por la culpa, para recobrar fuerzas sin la zozobra, sin la inquietud permanente y solapada de que se está perdiendo tiempo, ese tiempo fabuloso, veloz y escurridizo que sólo nos permitirá disfrutar de la obra terminada en la brevedad del después, ese después que nunca llega, y que después de encontrarlo, consumido, al borde de un horizonte, resulta ser el precipicio inacabado al que nunca se hubiera querido llegar.

2 comentarios:

Doctora Liliana Zabala dijo...

me olvidé de decirtelo los otros días. seguí escribiendo seguí

es un favor que te pido
gracias amigo.

hernán

Doctora Liliana Zabala dijo...

uy jajá salió publicado con el usuario de mi vieja, no me dí cuenta =$ jajajja