miércoles, 17 de marzo de 2010

Desarraigo dantesco.

Che pibe, le dicen. Arrancó así en la edición del diario, pero ahora es el superior de todos aquellos viejitos solemnes que escriben como los dioses sobre todo aquello que sucede en su tierra día a día. El che pibe decide qué se publica, qué va al tacho, quién se queda, quién se va. Y es porque el che pibe desde que entró, a sus escasos 16 años, era muy eficiente, y hoy, a los 23 recién cumplidos, pretende despachar a los viejitos que le dieron la mano cuando él entró. Antes cebaba mate, ahora su sueldo quintuplica al de cualquier redactor, y ni hablar de los ordenanzas. Antes respondía a ambiciones personales, ahora las subordina a las de algún gran grupo empresario.

El problema es que a pesar de todo, hasta ahora se sentía bien, realizado. El che pibe, que se llama Dante, o mejor dicho, el Jefe de Redacción, empieza a sentir algo raro, que nunca sintió antes. Algo que pensó que podía ser culpa, pero que ahora va descubriendo que es otra cosa, algo como insatisfacción. Se siente un infeliz. Se siente mal porque es un forro, porque garcó a la mitad de las personas que lo ayudaron a crecer, porque se olvidó de sus orígenes, porque se dedicó a algo que no quería (su labor es más ejecutiva que periodística) y porque está con una mina a la que no quiere. Él, que vive en un departamento de Avenida del Libertador, que tiene un Audi de vidrios polarizados, y cuya novia formal y concubina es una cuasi modelito rubia que en algún momento todos se trataron de voltear; él, en realidad es Dante Carboni.

Y Dante Carboni es un pibe, todavía. Uno que salió del barrio de Parque Patricios buscando un mango para aportar al hogar, cuando sólo había para pan y vino de damajuana, cuando su madre agonizante vivía de la ilusión de que su único hijo terminara el colegio, ilusión que creyó ver cumplida, cuando Dante, al llegar todos los días de la edición, le mentía lo que había hecho en el Normal y todo lo que tenía que estudiar para el día siguiente. Hoy Dante recuerda todo eso y le duele, porque se olvidó de su viejo, que acaba de fallecer, camino al hospital, después de un paro cardiorespiratorio en el bar, viendo la definición de Huracán y Vélez Sarsfield. Y ahora es cuando se da cuenta que lo dejó morir, asesinado por la impotencia que produce la injusticia; aquella que tiene como responsable a Brazenas, y aquella que lo tiene como responsable a él, Dante, su hijo.