martes, 27 de mayo de 2014

Pavura

Anselmo se inclina hacia adelante y agacha la cabeza. Sobre la espalda desnuda se suicidan las gotas de agua hirviendo que se lanzan desde lo alto del inmenso manto negro que lo recubre. Por el cuello se deslizan las lágrimas del cielo, satisfechas de intentar torturarlo. No saben que lo calman, que liberan sus muecas de dolor y lo redimen. Los poros escupen miseria y vergüenza, la escoria que no volverá. Su pelo se desvanece y se avejenta al pensar. Su mente no sólo tiene memoria. Su cráneo alberga algo más que esas canas grisáceas.

Pocas veces el recuerdo lo somete al llanto. Lastimoso, se retuerce en la culpa para poder sufrir. Es su pesar profundo el que transformó a la muerte. No habrá forma de transformar su pecho glorioso en cruda pena traicionera. El cuore rebota contra el pecho una y otra vez. Se le escapa queriendo partir sin rumbo. Las costillas no alcanzan a contener tanto dolor inyectado en su sangre. Las venas estallan sintiendo el pavor. Pavura ansiosa, incontenida.

Su cuello se encoge y resurge el dolor. Las rodillas se quiebran. Su cuerpo reducido e inerte parece un solo miembro a simple vista. No hay ojos, ni lengua, ni orejas. Las lágrimas se desvanecen en todo su interior. Es su inercia, es su culpa que lo encierra.

Extraña. Anselmo extraña. Lamenta saber que recordará siempre a aquel que no cedió ante la culpa. Le da miedo olvidar. Pero otra es su inquietud. Otro es el fantasma que no lo deja dormir. Su verdadera angustia es saber que aquel que se fue jamás lo recordará a él como quien siguió sus pasos.