domingo, 22 de marzo de 2009

Puertito Don Anselmo

Don Anselmo hoy no ha ido al muelle, desconcierta su destino errante, el puertito amaneció desierto, falta su caña de sueños flotantes.

La gente del bar se asoma por las ventanas sofocadas, observa el paso torpe y bizarro de Anselmo con su caña de sueños flotantes. Todos saben que después de esperar el paso de los camiones por la Avenida de la Trucha para poder cruzar, advertirá, ya con un pie en el charco, que ha olvidado su desvencijada bicicleta en el muelle derruido. Música serbia de trompetas lo acompaña tropezando con sus inmanejables piernas quebradizas. La caña le llega a los hombros, y le permite pescar a distancia medianas criaturas deprimidas, que vagan en busca de la redención alrededor de los postes que sostienen el muelle, esperando que Anselmito las rescate de su tedioso destino inmenso e interminable. Pero cuando los violines no resuenan en el bar del puerto, inundando de música aquel vacío cubierto de hondas aguas azules, Anselmito deja llevar su alma por la brisa moldava y, húmeda de sus pensamientos, transporta su pesar bajo las tristes gotas del ser y libera sus ansias, trascendiendo el umbral de la realidad. Mientras sueña con el regreso de su padre de aquellas tierras desiertas de esperanza y atestadas de una soledad inconmensurable, sus colores se pierden en un acordeón gastado que lo acompaña colgando de su hombro. Cuando despierta de esos sueños infinitos, observa el cielo, convencido de que nunca dejará de sonar el último latido de su acordeón, y olvidando el destino de las criaturas que lo protegen, corta la tanza de su caña en un intento de simbolizar su libertad y deja caer la plomada y el anzuelo hacia las profundidades de la ribera. Las truchas, ya acostumbradas a este ritual incomprensible, observan caer a pique la plomada sobre un pequeño cúmulo de otras ya erosionadas y comprenden que ya es mediodía. Seguirán vagando en las inmensidades, con una mínima esperanza de que Anselmo las libere de su penoso vacío al amanecer el próximo día.

Pero desde el bar no ven detenerse a Anselmo para recuperar su bicicleta, y sospechan lo peor, ya que Anselmo observa el suelo, abstraído de la bóveda celeste que lo protege en su cárcel de infelicidad y esperanza. La vida está cambiando en este recóndito rincón del universo, todos lo advierten al dejar de tocar sus violines y dirigir su mirada al muelle, donde reposa apaciblemente la oxidada bicicleta de ruedas infinitas. Sólo las truchas han notado que ese día ninguna plomada ha ido a reposar en el histórico cúmulo ritual, y que la redención que tanto anhelaban, nunca habrá de arribar a sus aguas vacías.

1 comentario:

Mariana dijo...

No va a volver nunca más?