lunes, 9 de diciembre de 2013

Hoy está solo, mi corazón.

En ese silencio está ella. En ese instante en que dejo a mis ojos buscar el lugar más lúgubre para reposar la vista. En ese fugaz momento en que la mirada se pierde sin saber adónde, esa milésima de segundo en la que no recordaré qué fue lo que buscó mi pensamiento. Ahí está ella, siempre, persiguiéndome.

Al recuperar la conciencia podré notarlo. En esos momentos en que mi mente viaja, la verdad se halla en otra dimensión. Y en esa otra inmensa realidad del alma, lo único que existe es ella, con su cuerpo, con su alma. Con su silueta, en las sombras. Con su mueca risueña, en la oscuridad. Con su fingida pero impenetrable fortaleza para poder arrancar de cuajo las ilusiones.

No importa qué desee. Siempre dirá que no. Sea un beso. Sea su cuerpo. Sea tan sólo la plácida tranquilidad de saber que en su interior hay algo parecido a lo mío, entre tanta tripa y corazón. Dirá que no pero no dejaré de pensar que existe la preciada certeza de que hay algo. Algo que a pesar de que jamás se encarnará en sus ojos, ni en sus manos, ni en sus piernas, arrastra a su mente a pensar en algo mío.

Existe allí, lejanamente, tan sólo la minúscula sensación de que le importo. De que al menos posará en mí su conciencia, algunos instantes, cuando ya nada mío exista sobre la faz de esta tierra.

 

En vano yo alentaba 
febril una esperanza. 

Clavó en mi carne viva 
sus garras el dolor; 
y mientras en las calles 
en loca algarabía 
el carnaval del mundo 
gozaba y se reía, 
burlándose el destino 
me robó su amor. 

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