domingo, 4 de abril de 2010

La rumba se ríe, no sabe si es rumba.

Hay un muerto que no volverá a vivir. Don Anselmo. Fue un momento nada más, en una eternidad. Pero un momento que lo marcó para siempre, y hay una sensación que cada vez que lo visita, lo destruye por dentro completamente, casi como cuando se anuncia el deceso de un ser querido, o quizá más. Cuando ve esos textos, cuando toca esos mismos papeles, cuando hace cálculos del tiempo pasado. Ahí es que absorbe aquella desgracia en toda su magnitud, y se traslada al momento. Lee la respuesta de sus cartas, y más le duele. Creer que sería otra vida, y uno piensa "qué estupidez", pero no, hay indicios para pensar que podría haber sido otra vida, absolutamente opuesta o diferente, ni mejor ni peor, pero donde a pesar de otros males, y a pesar de los pesares, no existiría esta sensación. La del recuerdo triste, casi melancólico, un recuerdo devastador.

Anselmo amó y ama. Pero le importaban demasiado las consecuencias como para dar un paso. Hoy sigue enamorado, de aquella sensación que supo sentir, de aquella imperfecta dama que quiso amar, aún así sin darse cuenta; sin medir las consecuencias. Qué paradoja, Don Anselmo sigue enamorado del amor, y no ha vuelto a sentir nada igual. Y qué paradoja, que por proteger aquello que había construido, no se animó a expresar ese amor genuino que lo carcomía, y hoy todo eso yace en ruinas, justamente por no haberse expresado debidamente, en aquél momento y a aquél raviol que posiblemente lo amara. Hoy ya sabe que todo lo bueno es perecedero, y preferirá ser él quien decida cuándo poner fin a esa felicidad, voluntariamente, antes de que el mismísimo destino le ponga una mano encima y se la saque cuando más la necesita. Sin embargo, ya es muy tarde, y el cielo infinito no le dio el amparo que esperaba, ni se lo hubiese podido dar aún con las mejores intenciones, tampoco aquellos rizos revolucionarios, ni muchas otras Mujeres, con mayúscula, porque merecen todo el respeto.

Y ya no es una espina, de alguna manera; porque ya no hay nada que hacer. Simplemente es una herida abierta, de esas que ya han perdido la esperanza de sanar; y cada vez que llueve, y que una gota impacta sobre la carne al rojo vivo, Anselmo grita. Este es uno de esos gritos, porque a Anselmo ya no le interesa el eco que puedan tener. Sólo grita, bien fuerte, para liberarse. Grita porque necesita desahogarse, porque recuerda imágenes, experiencias, que no han valido tanto como él creía que valían.. o que sólo han valido para él, y que otros no consideraron indispensables. Don Anselmo acepta como son las cosas, pero no se irá sin dejar claro cómo fueron para él, y qué profundidad tuvieron.

En ese momento, Anselmo baja de la bicicleta oxidada, la deja caer sobre los adoquines, da unos pocos pasos atropellados hacia el río y grita. No hay rambla, pero no piensa en tirarse, sabe que sería muy egoísta. Don Anselmo acumula ya suficientes años para entender que nunca ha estado acompañado, y que sus lágrimas no han sido en vano. Sabe que no puede darse por vencido y abandonar sus ideales, porque sería traicionase. Y a pesar de saber que todo aquello realmente existió, no confía en volver a sentir algo parecido. Quizá porque no lo desea. A fin de cuentas, siempre estamos solos... piensa.

Morirá en la gloria, eso es seguro. Y morirá contento, pero infeliz. Por la traición, por la mentira, que es lo único que le quita el sueño.

No hay comentarios.: