domingo, 5 de octubre de 2008

Amarillo.

Juro que si, pensé que podía repetirse, pensé que tendría mejor suerte. No, no es de ingenuo, tampoco de ignorante, tiene que ver con la esperanza, que ahora me falta pero que a veces me sobra. Mi cuerpo es un pequeño escarabajo azul, el autito digo. Cuando acelera y no hiciste el cambio, ronronea, y no sigue acelerando, estancado. Ahí escribo. Cuando frena, como en los semáforos, no se apaga, pero queda estático, fijo al piso, tiembla y ronronea. Ahí escribo. Mientras el automóvil circula, anda, va, vuela, nada. Como cuando andás en bicicleta, no parás para escribir lo que se te acaba de ocurrir sobre la baldosa que ahi viene, pasa, pasó. Pasa, sólo eso.

No lo sé. ¿Será que tengo esperanzas y estoy esperando pasar a otra etapa? Creo que me siento mucho más cerca del estancamiento definitivo, hasta que el semáforo (que es de larga duración) vuelva a ponerse en verde y yo pueda volver a acelerar. No sé, presiento que es un semáforo largo y que últimamente estaba en amarillo, pero me encandiló el sol y vi verde. Definitivamente estaba confundido, y espero que venga alguien, quizá quien creí era mi bandera de llegada, para decirle claramente "Si, pibe, fue así. Apagá el escarabajo azul, paralo en el cordón y esperá a que se descongestione un poco, con mucha suerte, puedas volver a circular". Pero quiero eso, o verde o rojo, pero no quiero más amarillos. Es un color que no soporto. Por eso será que amo el verde, porque los bocinazos de quienes me rodean me impulsan a acelerar, algo incómodo a veces, pero seguro y decidido, y llegar hasta el próximo semáforo, para empezar una nueva historia.