lunes, 26 de marzo de 2018

Hemorragia

La hemorragia empieza a detenerse. Anselmo sostiene con una mano un trapo sucio para hacer presión en la herida. Con la otra, echado en la tierra virgen de la sierra colombiana, escribe en un pedazo de papel arrugado, como escupiendo sangre. Cuando termina, sin releerlo y todavía con el pulso tembloroso, apoya el papel al pie de un arbusto y le empuja una pequeña piedra rústica encima. Ahora sí, su historia está a resguardo del viento, al menos hasta que olvide la existencia de ese pequeño trozo de papel, la herida no sangre, y se levante para seguir su camino.

Anselmo volvió a sentir. De repente, y más en serio que nunca, volvió a sentir. Esta vez creyó ser correspondido. No se equivocó tanto, pero sí en el grado de afecto que le tocó recibir. Quizá confundido por las señales, después de negarse a ser querido durante toda su vida, algunos gestos y algunas expresiones le hicieron creer más de lo que era. "No estamos en la misma sintonía", dijo. Pero no estaba convencido, lo decía para producir una reacción que no fue. Al rato, se lo confirmaron. "Será que no estamos en la misma sintonía". Fue así de duro, pero en medio de otras palabras, pasó como si no lo fuera.

Es increíble, pero el inconsciente de Anselmo a veces juega malas pasadas. Esta vez no fue la excepción. Al contrario, quizá la psiquis nunca le jugó tan mal. Engañosa, traicionera, le hizo creer que todo era potencia, que alguna vez podría ser acto. Ver con claridad que eso es así, después de arrastrarlo a las lágrimas, lo terminó ayudando. La claridad es enceguecedora, pero es cierta, está ahí. La oscuridad, por el contrario, es por definición opaca. Y esa opacidad engaña, oculta. Por eso lo peor suele esconderse en la oscuridad. Anselmo siempre lo supo.

Quizá fue su dignidad, quizá otros mecanismos de defensa por demás entrenados, que lo hicieron levantar la guardia. Pero ese breve instante en que la bajó bastó para que el filo de la lanza penetrara su carne trémula. El cuero puede ser duro, pero debajo de eso, en los tejidos por donde pasa la sangre y el oxígeno, todo filo penetra como si fuera manteca. La resistencia es casi nula. El desgarro está, pero lo Anselmo lo pudo frenar a tiempo. No escribió cuando estuvo abierto a soñar, y de eso se arrepiente. Pero quizá haya servido para no caer en la idealización, en esa falsa melodía de amor que cuando no es, no es.

Anselmo suena frío. Cree haber entendido todo. Cree tener todo resuelto. No sabe que le esperan momentos de agonía y duelo intenso. Presiente que todavía debe derramar lágrimas de nuevo, que una vez cada muchos años, algo sucede que lo termina arrastrando hasta ahí. Pero si ahora no está llorando, es porque la preservación cuenta, y porque sus músculos tensos necesitan descansar. Anselmo tiene todavía que inhalar mucho humo negro para volver a enmugrecer sus cuencos. Tiene todavía que sentirse rancio para volver a estar puro y fuerte. Para volver a sentirse firme y caminar. Para volver a pensar, quizá a dejar de pensar después, y quizá finalmente volver a sentir lo que, nunca se sabe, puede ser el amor.

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