viernes, 29 de julio de 2016

Sólo en el puerto florece el desamor

Fines de julio. Deben haber pasado por lo menos nueve meses desde que Anselmo dejó de sentir el amor. No ese amor idílico, agradable, placentero. El amor que siente Anselmo siempre es ese que conlleva angustia, dolor, soledad. El que procura no revelarse, en un acto de entereza y distinción que sólo le permite obtener la desdicha propia de quien sufre a escondidas.

Y ahora, en silencio, ante el entusiasmo ajeno sobre quien Anselmo ama, preso de su altura y decidido a no ceder en su pulsión por amar en secreto, escucha a su vecino confesarle su amor por la susodicha. Si hubiera un Dios, así no lo querría. O será tan bicho de disfrutar sembrando encono y distancia en aquellas cosas que tienden a transitar juntas.

El vecino de Anselmo vive, como él, en un viejo galpón de madera en el puerto. En verano hace ese calor soporífero que apenas deja respirar. El hedor pestilente de los restos de pescado pudriéndose debajo del muelle invade sus cuartos, que a la vez cumplen funciones de comedores, cocinas y salas de estar. En invierno, sufren con el frío húmedo que cala los huesos y despeja el olor, pero que no deja dormir porque los pies tiritan mientras la luna se esconde.

El vecino es también, si se quiere, el único amigo. Así deben pensarlo los dos, conscientes de que aquel con el que uno bebe más de un vaso de vino, durante varias noches seguidas y en seguidillas de vez en cuando, es socio de su destino, pendiente de cuanto ocurra con el que termina siendo no menos que el único compañero en esa larga y constante espera de la muerte.

-¿Y para qué es todo esto?- se pregunta Anselmo al recostarse en la noche fría envuelto en frazadas raídas. Mira los troncos que sostienen el techo de madera, a la merced de la próxima tormenta. Y suspira hondo, ruidoso, casi resoplando. Hasta los peces muertos deben notar su hastío. Duele. El corazón duele. Pero no hay más que hacer cuando se elige ese modo de transitar la vida.

Tendrá que soportar que el vecino, ese al que le supo conferir sus mayores secretos, duerma abrazado por la mujer que él ama y desea. Y no sufra el frío. Quizá por ver y llevar la vida de otra manera. Quizá por alguna otra razón. Quién sabe.

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