martes, 10 de febrero de 2015

Mafaldita, ¿dónde estás?

Anselmo mira por encima del hombro y ve los libros. Todos esos libros que quisiera haber leído pero no tiene ganas de leer. Mira las fotos de éste, aquel y ese otro encuentro, en el que sus conocidos, amigos, no tan amigos, y hasta enemigos sonríen con sinceridad. Fotos en las que quiere estar, pero que duda si hubiera soportado.

Anselmo está preocupado. Una vez, una morocha lo bautizó Felipe, por su parecido con el personaje.

-Entonces a vos te tengo que llamar Mafalda- sonrió Anselmo.

Ella, pícara, no lo soltaba, no lo dejaba ir. Le daba vueltas alrededor, lo seguía, lo llamaba. Le proponía encuentros, salidas, diferencias.

-Yo te voy a enseñar a vivir- le llegó a prometer.

En otra oportunidad, no mucho tiempo después, lo miró fijo, seria. Y soltó la bomba.

-¿Vos sabés que yo tengo novio? Espero no malinterpretarte, y ojalá me esté equivocando. Pero quiero dejarte claro que no me interesa tener nada con vos que no sea esta linda amistad.

Pobre Anselmo. Soltó una carcajada, se hizo el sota y sonrió. Quizá sus ojos fueran más sinceros que su boca. Por dentro estaba destrozado. Pero lo más feo fue que al tiempo lo empezó a llamar menos. Se empezó a aburrir de sus encuentros. Cada vez la seriedad asaltaba más sus conversaciones.

Un día lo dejó de llamar. Pero lo que es peor: nunca le enseñó a vivir.

1 comentario:

LeaN BuKa dijo...

Cuántos habremos sido tantas veces Felipe!
Pocas cosas hay en el amor tan feas como querer a la persona equivocada.

Abrazo amigo para Anselmo!