domingo, 29 de junio de 2014

De papel y de madera

El escritorio es de roble. Encima, papeles que Anselmo sabe que debe revisar. Allí descarga todo el peso acumulado de la jornada al final de cada día. Llega, abre su morral negro y empieza a sacar cosas: recortes de diarios, volantes que recibió en la calle, algún pedazo de afiche arrancado, bocetos de ideas gráficas, papelitos con anotaciones. Todo lo que deja para ver después, que durante el día va a parar al morral, llega a su casa y lo vuelca sobre el escritorio. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes. Sábado. A la pila se suma alguna camisa o remera usada, algunos fixtures del mundial sin estrenar, cuadernos, libros, una cámara de fotos, cables y hasta una pequeña radio portátil china muy berreta.

Cuando Anselmo llega en la madrugada del domingo, después de una noche de sábado muy larga, deja la billetera, las llaves, y vacía los bolsillos arriba de toda esa pila. Cuando despierta, evita dirigir la mirada para ese lado. Atraviesa la habitación como si todo eso no estuviera, lo niega. Vuelve, más tarde. Sabe que tiene que hacer todo lo que no hizo en la semana, y revisar todo eso que acumuló. Mira la pila de cosas. Empieza a separar. Lo que es del trabajo se acumula en una nueva pila, esta vez en el piso. Al lado, lo de la facultad. Al lado, todo el material político. Al lado, el descarte. Vuelve a acumular todo, pero al costado. El escritorio queda vacío.



Mientras ordena, Anselmo pone música. De vez en cuando interrumpe el proceso para tomar un mate, o para ordenar la ropa que se amontona también al costado de la cama, o los papeles de la mesa de luz. Es automático. Está concentrado en lo que hace, pero también hay un segundo escenario en su cabeza, donde reflexiona sobre los aspectos más profundos de su vitalidad. Se cuestiona si tiene un rumbo, si tiene objetivos. Se imagina cometiendo errores, proyectando futuro. Repasa lo que ha hecho, sus vergüenzas y arrepentimientos. Luego recuerda sus méritos, su orgullo. Se castiga. Se reprocha una y mil cosas. Se sienta en el escritorio, advierte que terminó de ordenar, y se propone empezar a trabajar. A revertir todo eso que lo disgusta.

Ya son las doce, habría que cenar y dormir. Mañana Anselmo trabaja desde temprano. Seguirá escuchando música. Comerá algo frugal y se acostará a dormir. Escuchando la radio, respondiendo mensajes o emails verá que son las dos de la mañana. Apagará la luz. No podrá dormir. Se le cruzarán cientos de ideas brillantes, de objetivos y de tareas a realizar al día siguiente y durante la semana. Se va a levantar para anotarlas y no olvidar. El papelito quedará arriba del escritorio vacío. 

Mañana, cuando vuelva del trabajo y de yirar por Buenos Aires, vaciará su morral arriba de ese papel. Quedará sepultado por el lunes. Después vendrán las paladas de tierra del martes, miércoles, jueves y viernes. El sábado será el entierro definitivo de sus ilusiones. El domingo serán descartadas, entre tantas otras cuestiones sin importancia. 

Anselmo se seguirá levantando a la mañana, de lunes a sábados. Esa, al menos, es una de sus ilusiones.-

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