domingo, 25 de julio de 2010

No quiero formar parte, pido perdón.

Finalmente me vuelven las ganas de escribir, y de sentir un poco. Cuando uno se pregunta acerca de su felicidad, y no le despierta siquiera una mueca de ironía, debería preocuparse. Crítico es cuando esa misma condición es la que le impide preocuparse. La angustia, la depresión de sentirse infeliz y miserable, desdichado, debe ser una de las mejores formas de pasar los días. Uno no siente el alegre impulso de emprender nada nuevo, así como reconoce la mezquindad de los taimados en un abrir y cerrar de ojos, sin que exista ningún gesto en la comisura de los labios ni una mirada furtiva. En ese estado, poco importa la soberbia de los demás, poco lo afectan las palabras o las acciones que en otro contexto parecieran vengativas, pero que son puro instinto carroñero. En ese estado, no se descansa en paz, porque no se necesita descansar. La mente reposa, los sentidos se anulan y no existe inquietud que pueda perjudicar ese profundo estado de paz antisocial. Sí existen aquellos impulsos exógenos, que pretenden destruir ese reposo para desequilibrar los nervios nuevamente, y privar de un mínimo respiro a un halo de vida tan debilitado por la ofensa y el ultraje, los vejámenes a los que la constante falsedad de los días lo someten.

Yo siempre quise otra cosa, sí, lo admito. Lo he gritado silenciosamente durante años, en acciones y omisiones profundamente contradictorias. Pocos han sabido notarlo, y no les produjo nada. Quizá me he mentido todo este tiempo y no sé vivir. Una vez alguien me prometió enseñarme a hacerlo, pero me han soltado la mano. La soledad no puede ser una compañera ocasional, o se está con ella, o se la observa a la distancia. Creo que he decidido abrazarla para no sufrir más. Difícilmente las palabras me sirvan para explicar mis razones, pero juro que las tengo. Si alguien todavía me respeta, quisiera que no lo acepte, pero busque entenderlo. Hay empujones que no sirven para remontar vuelo, sino sólo para el tropiezo, yo he tropezado nuevamente, y no creo que me levante.

Aquí, desde el suelo, pienso, y estoy convencido de que debí haber nacido en una novela de otro tiempo, creado por la pluma de algún tipo muy argentino, solemne, al que le guste el tango, al que acompañe un gato negro, que use piloto y de vez en cuando se ponga un sombrero y fume, sin falsedades, un cigarrillo bajo la lluvia, mirando a la nada, reflexivo.

1 comentario:

elefante en el bazar dijo...

Todas las idioteces que uno estaba por hacer, después de leerte, quedan en ridículo. Después de leerte, la vida vuelve a adquirir su carga; aún los minutos antes de dormir, que uno iba a destinar a la frívola nada, terminan ganando una reflexión emotiva. y si un persiste en cometer la ligereza de lo que tenía pensado hacer: el remordimiento levanta su cabeza rencorosa.

qué pasó que ese encuentro se frustró y no volvimos a organizar nada?

en tus intimidades nunca te pensaste el Rodolfo Walsh de la nueva era? algo tuyo me hacer acordar a él.

poco nos vemos, poco nos vimos, pero llevo en el alma esta relación idílica que tenemos los dos.

un abrazo de alegría y fuerza.
Hernán.